¡A VECES, DAMOS ASCO!

17 05 2006

por Leornardo Garnier/ antes de ser nombrado Ministro de Educación

“Cada bono que se dé a un estudiante del extranjero habrá que restarlo a uno costarricense” dijo el Ministro. ¿Es así que queremos educar a nuestros niños? ¿Son esos los valores que queremos transmitir en nuestra educación y en nuestros medios de comunicación? ¿De veras creemos que darle el bono escolar a un niño pobre -venga de donde venga-, para que estudie en nuestras escuelas y se convierta en un buen ciudadano, significa quitarle de la boca el pan a otro niño costarricense? No, no podemos ser tan insensibles, no podermos ser tan cínicos.



Pero cuando las más altas autoridades nacionales, nuestros comunicadores, y nosotros mismos nos rasgamos las vestiduras y lamentamos tener que desperdiciar ocho mil colones al año para que niños pobres que han venido de Nicaragua puedan estudiar, entonces sí que tenemos que sentir asco de nosotros mismos.



Ocho mil colones al año. Es decir, una botella de whiskey. Menos de setecientos colones al mes. Una entrada al cine sin palomitas de maíz. Ciento cincuenta y cuatro colones por semana. Una bolsita de bizcochos. Veintidós colones diarios, que no alcanzan ni para comprar un huevo, cinco tortillas o una alka seltzer. Eso es el bono escolar. Y autoridades y periodistas y nosotros mismos gritamos: ¡Que no se los den al niño nica! ¿De verdad somos así? ¿En eso nos hemos convertido?



Ya sé, el lector, el Ministro y el periodista dirán “pero es que son muchos, no es lo que cuesta uno, es lo que cuestan todos”. Está bien… ¿cuánto pueden sumar los veintidós colones diarios que nos van a arrebatar esos terribles niños nicas? No lo sé exactamente, pero veamos. El Ministro dice que tenía presupuestados ¢750 millones para atender a noventa y tres mil niños (ticos, claro está). Supongamos que un diez por ciento son -horror- niños y niñas nicas. Al año, esos nueve mil pequeños que sentimos tan ajenos recibirían unos 72 millones de colones que viene a ser, más o menos… ¡el sueldo que quería tener el Presidente!



Pero dejemos de lado el costo financiero, que ya vemos que no es para tanto. Veamos lo que de verdad importa: cómo nos retrata este conflicto sobre el bono escolar. Cuando se asignaron los CATs como estímulo a las exportaciones, nunca escuché a un Ministro protestar porque algunos de esos CATs podían ser recibidos por empresarios extranjeros; se entendía que también ellos contribuían a elevar nuestras exportaciones. Tampoco se alzaron nuestras voces cuando la protección industrial, las exoneraciones y demás incentivos, aplicaban por igual para nacionales y extranjeros. Y ahí sí estamos hablando de sumas importantes. ¿Porqué nos duelen entonces los veintidós colones diarios para el niño pobre que quiere aprender a vivir entre nosotros? Y si tanto nos alegramos por los triunfos deportivos de ese par de niñas nicas que crecieron entre nosotros hasta convertirse en nuestras, ¿porqué tanto alboroto y tanto rencor contra esos niños nicas que son, además, niños pobres? ¿Cuán hipócritas podemos ser?



Pero en medio de todo, algo nos redime en este incidente: los maestros que dieron la cara por los niños. Yolanda Alpízar, Directora de la Escuela Ricardo Vargas, con más de cien estudiantes nicaragüenses, dice que “ellos no tienen cuadernos, tampoco uniforme, y en algunos casos ni siquera zapatos, por eso creo que está bien el fallo de la Sala Constitucional, ya que de verdad necesitan el bono”. Y Claudio Vargas, Director de la escuela de Cañón del Guarco, que interpuso el recurso ante la Sala IV en defensa de tres niños nicas, fue aún más claro: “los tres menores están en este momento en la zona de Los Santos recolectando café, pues son muy pobres; por eso creo que si contaran con el bono, podrían incorporarse al curso lectivo desde que éste se inicia y no varias semanas después. No se debe hacer diferencia y tanto ellos como los costarricenses tienen el derecho a recibir el bono”. Así, tratando de educar mejor a sus estudiantes, estos maestros nos dan una lección, y nos educan a todos.


Y es que más cerca o más lejos, todos tenemos un niño ajeno en nuestra historia. Cuando Somoza expulsó de Nicaragua a don Carlos -húngaro- con doña Chabelita y sus hijos, no podía saber que por esa decisión, casi cuarenta años después nacerían mis hijas, nietas de una abuela que fue niña nica y niña tica. De ella y sus hermanos, niños ‘hungarabaticonicas’ como decía don Carlos, hoy hay médicos, abogados, arquitectos, dentistas, ingenieros, politólogos, químicos, pero sobre todo, hay ciudadanos, padres y madres, que saben que no existen niños nicas y niños ticos. Lo saben tanto y tan bien que hoy, un hermoso niño nica es un hermoso niño tico, un niño nuestro.

Cada niño que crece con nosotros es uno de nosotros. Los Ignacios, Claudias, Pilares, Eduardos, y Migueles que algún día educarán a nuestros nietos, los atenderán en el banco, les venderán su comida, producirán su ropa, los curarán cuando enfermen, les informarán por la prensa, en fin, los acompañarán en su vida, esos, habrán sido los niños de hoy, ¿nicas, ticos? ¡Qué importa! Así es hoy, así fue ayer. La patria de los niños es siempre más grande y más generosa que la nuestra.


Publicado por Leonardo Garnier antes de ser nombrado Ministro de Educación
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